viernes, 17 de junio de 2016

Juan Calvino

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Juan Calvino nació en Noyon (Picardía) a unos 100 km al norte de París, Francia, y era hijo de Gérard Cauvin y Jeanne Lefranc. Fue excelente en sus estudios y profundamente religioso desde su juventud.Sus primeros estudios estuvieron destinados a la carrera y formación inicial la recibió en el Collège de la Marche y en el Collège de Montaigne (allí estudiaron también Erasmo de Rotterdam e Ignacio de Loyola). El padre de Calvino era abogado y en 1523 envió a Jean, que por entonces tenía 14 años, a la Universidad de París a estudiar Humanidades y Derecho. A instancias de su padre, que pretendía que Juan Calvino siguiera el camino de las leyes, se matriculó en las universidades deOrleáns y Bourgues. En 1532, se doctoró en Derecho en Orléans. Durante su paso por los claustros universitarios tomó contacto con las ideas humanistas y reformadas de la teología de Martín Lutero. En abril de 1532, cuando contaba 22 años de edad, publicó un comentario sobre el De Clementia de Séneca, trabajo que puso en evidencia sus dotes como pensador. No está del todo claro el momento en que Calvino se adhiere al protestantismo, pero probablemente sería durante los años de su universidad donde su pensamiento haya cambiado puesto que él fue católico romano en Noyon, donde su padre era secretario del obispo.

No se sabe con certeza cuándo ni cómo fue su mudanza, pero sí sabemos que el 1° de noviembre de 1533 ocurrió un accidente que muestra que se había operado un cambio drástico en sus convicciones religiosas. El rector de la Universidad de la Sorbonaen París, Nicolás Cop, el amigo de Calvino, pronunció un discurso en ocasión de la apertura del año académico; pero más que un discurso, fue un sermón que mostraba una clara influencia tanto de Erasmo como Martín Lutero. En este sermón, Nicolás Cop defendió la doctrina de la justificación por los méritos de Cristo, a la vez que protestó contra los ataques y persecuciones de que eran objeto los que disentían de la Iglesia de Roma: «Herejes, seductores, impostores malditos, así tienen la costumbre el mundo y los malvados de llamar a aquellos que pura y simplemente se esfuerzan en insinuar el evangelio en el alma de los fieles». Y luego añadió: «Ojalá podáis, en ese periodo infeliz, traer la paz a la Iglesia más bien con la palabra que con la espada».

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